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Estudios y comentarios sobre la gestión de recursos humanos o de personas, concepto esencial en la mejora de la Administración Pública

CÓMO LOGRAR LA FELICIDAD EN EL TRABAJO

Según la VII encuesta de Adecco sobre felicidad en el trabajo, el 76,6% de los trabajadores dice ser feliz en su trabajo, aunque solo el 13,6% considera que sus empresas incluyen de manera seria medidas para lograrla. Como sabemos, la motivación lleva a mayor felicidad y esta a mejores resultados personales y organizativos.

Por tanto ¿es posible en la Administración Pública implantar medidas que favorezcan la felicidad de los empleados públicos?¿Tienes estos derecho a ser felices?¿Deben nuestras Administraciones invertir recursos públicos en ello?

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Proactividad: adelantarse a las necesidades del ciudadano cuesta muy poco

Uno de esos conceptos que se vienen escuchando últimamente cuando hablamos de la modernización y transformación de las Administraciones Públicas y de mejorar la prestación de servicios al ciudadano es la proactividad. Se le suele achacar desde hace décadas que siempre está por detrás de las necesidades de la sociedad y que debería adelantarse a ellas para ofrecer mejores servicios públicos. Por eso creo necesario hablar un poco sobre la proactividad

Qué es la proactividad

Antes de entrar en materia conviene ofrecer una definición de proactividad y de lo que significa ser proactivo.

La proactividad significa adelantarse a los acontecimientos. En el ámbito de las organizaciones es adelantarse a las necesidades del cliente o usuario.

Si vamos más allá veremos que el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (Rae) nos indica que proactividad es la actitud de proactivo, por lo que debemos acudir a la definición de proactivo:

«Que toma activamente el control y decide qué hacer en cada momento, anticipándose a los acontecimientos.»

En su segunda acepción significa «que implica acción o intervención activa».

Así pues, para responder a la pregunta de qué significa ser una persona proactiva diremos que es aquella con la cualidad de ver más allá del momento presente y de la situación que está gestionando para encontrar opciones y soluciones a situaciones que se pueden presentar en el futuro con mucha probabilidad.

Proactividad en el trabajo

Resulta obvio que las Administraciones han sido durante décadas más reactivas que proactivas, han reaccionado a las demandas ciudadanas una vez que éstas iban apareciendo en un entorno social en constante cambio.   

Sin embargo y como digo, en un entorno de transformación administrativa en el que el ciudadano adquiere ahora un valor mucho mayor, y donde ya se habla de términos cómo escuchar al ciudadano o participación ciudadana, no debe resultarnos extraño incluir un concepto esencial como la proactividad.

Si queremos que las Administraciones Públicas realmente atiendan con eficacia, y sobre todo con eficiencia, los fines a los que están llamadas, deberán aplicar el conocimiento adquirido durante décadas y la información que los empleados públicos reciben día tras día en su trato con el ciudadano para aplicarlo  y adelantarse a dichas necesidades con el fin de ofrecer un servicio mucho mejor. Así pues, la proactividad en el trabajo se aprende en el trabajo, y las organizaciones deben saber extraer sus enseñanzas.

Pero no se trata solamente de garantizar esa típica prestación de bienes y servicios a los que las Administraciones Públicas están llamadas; se trata sobre todo de conseguir la completa satisfacción del ciudadano, lo que supone tener en cuenta un elemento mucho más importante en este entorno de mayor cercanía a los intereses de nuestros usuarios, clientes, pacientes, etc., como es cumplir también sus expectativas y mejorar la percepción que tiene de los servicios públicos.   

Un ejemplo de proactividad

La proactividad realmente no es tan difícil de lograr, y de hecho se puede hacer con pequeños gestos en el día a día del trabajo. Por poner un sencillísimo ejemplo que nos puede servir como base para entender, no sólo la importancia de este concepto, sino la necesidad y, sobre todo, la posibilidad de llevarlo a cabo, quiero comentar el caso real que sucede en mi Departamento (gestión tributaria). 

  Muchos contribuyentes acuden para domiciliar determinados tributos y puesto que el IBI es el más importante y el más conocido se acercan a nosotros diciendo que quieren domiciliar la “contribución”. Rellenan el impreso, ponen los datos del domicilio tributario y firman. Hasta ahí todo correcto, pero en su día nos dimos cuenta que cuando se iniciaba el periodo de cobro, que coincide con el de la basura y otras tasas, había personas que se quejaban preguntando cómo se les había domiciliado solamente la contribución y no la basura, pensando que ambos tributos eran indisociables al afectar al mismo inmueble.

   Si atendemos a lo que literalmente nos pedía el contribuyente únicamente se domiciliaba el IBI. Hemos de tener en cuenta que muchos ciudadanos no están habituados a los entresijos administrativos y en nuestro caso particular creían que al domiciliar la “contribución” también quedaba domiciliada la tasa de recogida de basuras. La solución obvia a este inicial malentendido pasaba, como podrá imaginar el lector, por preguntar al interesado si también quería domiciliar dicha tasa y, en su caso, explicarle que se trata de dos cosas independientes. Tampoco podemos domiciliar lo que no nos han firmado, con lo que es mejor preguntar. 

  Como ven, se trata de un ejemplo de proactividad casi tonto. Sin embargo, extrapolado a otros ámbitos y circunstancias nos debe llevar a la conclusión de que la proactividad no solo se consigue con grandes políticas públicas, encuestas y otro tipo de acciones de las que disponen las Administraciones para conocer el pulso real de la sociedad y de los ciudadanos particulares. La proactividad se logra también a través de esos pequeños gestos que permiten que el ciudadano pueda realizar sus gestiones de una manera más eficaz y ahorrándole molestias innecesarias en muchas ocasiones. 

Proactividad, satisfacción y motivación laboral

 Todo esto lleva a la postre a que agradezcan la actitud del empleado público y por extensión la de las Administraciones, al ver que quienes les atienden saben lo que necesitan y están atentos a aquello que incluso no mencionan, fundamentalmente por desconocimiento, y sobre todo que les solucionan los problemas o necesidades más allá de lo que en principio podrían requerir. Como resultado nos encontramos con otro gran elemento en la gestión de recursos humanos y de las sinergias que se producen entre la organización y sus clientes: la satisfacción del ciudadano y la consecuente motivación laboral.

¿Escuchan las Administraciones realmente al ciudadano?

    Como sabemos, se está produciendo un cambio en el paradigma de la Administración Pública hacia una más cercana y de calidad. Desde hace unas décadas se está pasando de una Administración distante a una más próxima, que escucha al ciudadano e incluso que está mutando hacia una que escucha también al empleado público.
    
Imagen del Ayto. de San Juan de Alicante
    No obstante, este cambio hacia una Administración más «oyente» es lento, aunque son cada vez más los ejemplos de aquellas que, utilizando los medios habituales, las redes sociales, etc., están sintiendo la «voz de la calle». Si la Administración tiene como fin atender las necesidades de los ciudadanos sería lógico pensar que supiese realmente lo que estos quieren. Aparentemente es una tarea fácil pues al menos para los servicios públicos más clásicos parecen tenerse claras esas necesidades (mejor educación y sanidad, más seguridad, menos impuestos…).
    Sin embargo, no todo es tan sencillo. Y no sólo porque hay otros muchos bienes y servicios que presta la Administración donde no son tan evidentes esas necesidades, sino sobre todo porque ha entrado en escena un nuevo concepto dentro de ese marco de escucha al ciudadano: su percepción sobre los servicios que recibe. En efecto, no sólo se trata de saber lo que espera de las Administraciones y que éstas se lo ofrezcan; se trata sobre todo de atender adecuadamente sus expectativas y conocer su percepción sobre el servicio prestado; es decir, debemos tener en cuenta lo que opina sobre el ya servicio prestado, que puede ser muy distinto de lo que esperaba o de lo que necesitaba realmente.
    Si la Administración pone en marcha un servicio de ayuda a domicilio para atender a personas mayores discapacitadas pueden parecen claros los puntos a tener en cuenta a la hora de planificarlo y su finalidad: atender mediante auxiliares de ayuda a domicilio a X personas mayores que no se pueden valer por sí solas, con el fin de darles de comer, atender su higiene o realizar cuidados sanitarios, por ejemplo. Pero ¿realmente es esto lo que debe tenerse en cuenta al evaluar esa política pública? La Administración puede haber pensado en todos los detalles del servicio que va a prestar, pero si no escucha lo que realmente necesita el usuario y, posteriormente, lo que opina del servicio que ha recibido, todas las buenas intenciones pueden no servir de nada y la Administración no estará prestando el servicio que realmente quiere el usuario.
    Hay que escuchar al ciudadano, y lo ideal sería hacerlo antes, durante y después de poner en marcha el servicio. En el servicio del ejemplo que he planteado se ha dado el caso real de ponerlo en marcha para acompañamiento o para atender a una persona mayor encamada pero lo que realmente quería el usuario o su familia era una persona para hacer las labores del hogar. Bien por falta de una información adecuada a los futuros usuarios o porque estos tenían unas expectativas erróneas o unas necesidades directas no conocidas, el servicio no ha cumplido su verdadera finalidad y la percepción de aquellos hacia el mismo ha sido negativa, con lo cual la política pública ha fracasado.
    Este es un ejemplo sencillo pero real. Debemos acostumbrarnos a escuchar al ciudadano y a saber hacerlo, no suponer lo que quiere ni lo que necesita; y mucho menos dar por sentado que, conociendo esa información, el servicio que se planee va a responder automáticamente a esas necesidades.