Según la VII encuesta de Adecco sobre felicidad en el trabajo, el 76,6% de los trabajadores dice ser feliz en su trabajo, aunque solo el 13,6% considera que sus empresas incluyen de manera seria medidas para lograrla. Como sabemos, la motivación lleva a mayor felicidad y esta a mejores resultados personales y organizativos.
Por tanto ¿es posible en la Administración Pública implantar medidas que favorezcan la felicidad de los empleados públicos?¿Tienes estos derecho a ser felices?¿Deben nuestras Administraciones invertir recursos públicos en ello?
Aprender a ser feliz en el trabajo
No cabe duda que sentirse feliz en el trabajo, siendo este una actividad que ocupa gran parte de nuestras vidas, se ha convertido en algo esencial a la hora de plantear planes estratégicos de recursos humanos. De hecho, se está teniendo muy en cuenta en la empresa privada, que está implantando programas de motivación y felicidad laboral.
Según el reportaje «Hacer feliz al trabajador, la competencia de los directivos del siglo XXI», publicada en el suplemento «Tu economía» del diario La Razón del domingo, 5 de noviembre de 2016, los trabajadores cada vez valoran más las «políticas de felicidad» de sus empresas. Se trata de un tema en el que deben involucrarse los directivos, pues los trabajadores felices son más productivos. La productividad se incrementa un 20%, mientras que la infelicidad la reduce en esa misma proporción.
Por tal motivo Juan Carlos Maestro, experto en la materia, habla de «felicacia» que es la fusión entre felicidad y eficacia. No olvidemos que la felicidad lleva a la motivación -y viceversas- y esta a una mayor productividad y, por tanto, existe una relación directa entre ambos conceptos. Por el contrario, y parafraseando las enseñanzas del Maestro Joda, la infelicidad lleva a la desmotivación (o viceversa), lo que lleva al absentismo físico o mental, lo cual desemboca en el «lado oscuro» del trabajo.
Los empleados públicos también tenemos derecho a ser felices
Pues bien, traslademos esta cuestión al ámbito público y retomemos la pregunta que hago en el título de esta entrada. Considerando que los empleados públicos trabajamos para los ciudadanos y que se exige a la Administración ser eficaz y eficiente, ofreciendo mejores los servicios públicos. Teniendo presente que cualquier gasto en materia de personal debe ser aplicado con mucho cuidado al tratarse de dinero público, ¿es plausible lograr la felicidad en el trabajo de los servidores públicos? o dicho en otras palabras, ¿se puede pedir o exigir que nos motiven convenientemente y nos hagan sentir de verdad parte de nuestras organizaciones?
Quizás la pregunta tenga algo de trampa porque doy por hecho, con los antecedentes mencionados que hacer felices a los trabajadores públicos cuesta dinero. Es cierto que poner en marcha cualquier política de personal tiene un coste y que no estamos para tirar cohetes. También es cierto que todo lo que sea motivar, incentivar, crear cultura administrativa «no se lleva» y nuestros gestores públicos no se han preocupado por fomentarlo porque, en parte, no vende, no tiene reflejo directo en los ciudadanos (craso error).
Hay que invertir en motivación laboral
El EBEP exige al trabajador público dar lo mejor de sí, ser productivo; y aunque tímidamente, también menciona la motivación como un elemento esencial para lograr una Administración mejor y una gestión de personal más eficiente. Invertir en motivación y en felicidad laboral no debe considerarse un gasto sino una inversión realmente necesaria. Y esto, al contrario de lo que muchos piensan, es tanto e incluso más importante que en la empresa privada por los mencionados fines públicos. Nuestro interés es la sociedad; si somos felices la sociedad se beneficia con mejores servicios, mejor trato, menos absentismo, etc.
También hace falta contar con buenos políticos, directivos públicos y mejores políticas de personal, que no es poco. Pero no es menos cierto que con imaginación, innovando y sabiendo lo que realmente nos hace felices en el puesto de trabajo se pueden lograr impresionantes resultados con poca inversión. Recordemos que el salario no es el único incentivo, que existen otros muchos potenciadores de la felicidad y la motivación (el denominado salario emocional) que pueden ayudar, y mucho, en ese cometido. En este sentido puede leer mi artículo sobre el reconocimiento del talento.
No confundamos lo público con que los empleados no deban ser felices
En fin, no debemos confundir la seriedad de nuestro trabajo al servicio del interés general, bajo unas premisas legales bien definidas centradas en la salvaguarda de los derechos de los ciudadanos, con el hecho de que la eficacia y eficiencia en el logro de resultados se consigue aplicando exactamente las mismas reglas técnicas y psicológicas que funcionan en el entorno privado. Recordemos que, en todo caso, independientemente del trabajo que desarrollemos somos personas y nos guiamos por los mismos impulsos y necesidades.
Que tengamos unos fines tan «elevados» no impide que como personas queramos sentirnos felices en nuestros trabajos para dar lo mejor de nosotros mismos, que nos motiven y nos ayuden a sentirnos parte esencial de nuestras organizaciones; que se cree, en suma, el necesario clima laboral para conseguir el fin esencial y finalístico de nuestras Administraciones, que no es otro que al bienestar de los ciudadanos. Y al fin y al cabo, nosotros también somos ciudadanos…
Puede leer aquí la VII encuenta Adecco sobre felicidad en el trabajo.
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