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La transparencia en los sistemas de evaluación del desempeño

El artículo 20.2 del Estatuto Básico del Empleado Público (TREBEP) establece que los “sistemas de evaluación del desempeño se adecuarán, en todo caso, a criterios de transparencia, objetividad, imparcialidad y no discriminación y se aplicarán sin menoscabo de los derechos de los empleados públicos”.

   En este post me voy a fijar en el denominado criterio de transparencia, que se viene estudiando dentro del ámbito del derecho de los ciudadanos al acceso a una Administración Pública cercana como principio de transparencia, y que se regula en el ámbito estatal por la Ley 19/2013, de 9 de diciembre, de transparencia, acceso a la información pública y buen gobierno.

 Por la complejidad que conlleva todo
proceso de evaluación y por afectar a los propios empleados públicos, resulta
obvio que el legislador haya querido establecer la transparencia también hacia
el interior de la Administración, amén de constituir uno de los fundamentos de
actuación de ambos (empleados y Administración) según el artículo 1.3.h EBEP, así como uno de los deberes
del código de conducta de acuerdo con el artículo 52 EBEP.

   Por desgracia la citada Ley no nos ofrece una definición de transparencia, que hay que inferir de su articulado. Con el fin de entender el significado de este principio aplicado a la evaluación del desempeño creo de gran interés partir del contenido que para dicho principio establece una norma autonómica, la Ley 8/2015, de 25 de marzo, de Transparencia de la Actividad Pública y Participación Ciudadana de Aragón. A mi juicio esta norma ha sabido compilar perfectamente todo su significado, con un perfecto encaje en el ámbito de la evaluación del desempeño.

Qué es la evaluación del desempeño

El concepto de transparencia

En su artículo 2.b establece como principio general de la citada Ley el de:

 “transparencia pública, proporcionando y difundiendo, de manera clara, proactiva, accesible y constante, la información que obra en su poder y la relativa a su actuación y organización, bajo los principios de veracidad y objetividad, de forma que la ciudadanía pueda conocer sus decisiones, cómo se adoptan las mismas, cuáles son los objetivos perseguidos o la finalidad para la que se dictan, qué medidas se van a implementar, en su caso, para llevar a cabo lo decidido, cómo se organizan los servicios y quiénes son las personas responsables”.

  Si sustituimos el término ciudadanía por el de empleados públicos o incluso evaluados, el contenido de este apartado se adapta perfectamente a lo que el EBEP quiere que sea la transparencia en los procesos de evaluación. 

Transparencia y comunicación interna

    La transparencia se encuentra íntimamente vinculada a la necesaria comunicación interna que debe existir con carácter previo y durante todo proceso de evaluación entre la Administración y los empleados públicos. No podemos olvidar que la evaluación es una herramienta técnica de obtención de información, y como tal, los resultados de los procesos evaluadores deben fluir en ambos sentidos. La transparencia ad-intra, como yo la denomino, supone que se aplique, con las debidas adaptaciones, el principio general de transparencia hacia el interior de la Administración, y en particular, de ésta hacia los evaluados.  

    Hemos de tener en cuenta que no existen normas específicas que regulen la transparencia en la aplicación de modelos de evaluación, por lo que habrá que realizar ese esfuerzo adaptativo y aplicar las reglas generales de la transparencia en este ámbito.Los empleados públicos aportan, al someterse a la evaluación, una importante información a la Administración sobre lo que hacen y cómo lo hacen en su puesto de trabajo, y en contrapartida, ésta debe informar de manera clara y completa sobre los resultados de la evaluación y sus efectos.  

Características de la evaluación del desempeño

  Obviamente, la transparencia no se limita al desarrollo, resultados y efectos de la evaluación; debe aplicarse, como indiqué al comienzo, desde el mismo momento de la planificación de un sistema en la organización, pues como también indiqué, se encuentra íntimamente ligada a la comunicación interna, esencial no sólo para un mejor funcionamiento de la Administración, sino también para lograr sistemas de evaluación sin fisuras, donde todos conozcan su papel y las características del modelo, y se alineen hacia la consecución de los objetivos generales de la organización.

El miedo de los jefes a evaluar el desempeño

Uno de los efectos que tiene la ejecución de la evaluación del desempeño (ED) en la Administración, en aplicación del Estatuto Básico del Empleado Público (EBEP), es que obviamente, alguien tiene que evaluar. Debe haber una persona dentro de la organización que conozca qué hacen los empleados para poder valorar cómo lo están haciendo, y generalmente serán los superiores los destinados a valorar el rendimiento y desempeño de sus subordinados.

Esta es la tendencia en nuestras Administraciones frente a otras posibilidades del sistema, como la evaluación 180º o la 360º, que incluyen otro tipo de evaluaciones (subordinados, compañeros, clientes-usuarios…). Esto plantea una importante cuestión, ¿están preparados los jefes para tan comprometido trance? La respuesta general es no.

Resultados de la evaluación del desempeño
Resultados de la evaluación del desempeño

No ha habido cultura de la evaluación en las Administraciones públicas y salvo contadísimas excepciones anteriores al EBEP no se ha aplicado a pesar de existir algunos antecedentes legislativos que ya lo permitían.

Por ejemplo, la Ley 30/1984,  de Medidas para la reforma de la Función Pública, en su exposición de motivos ya menciona el desempeño en el puesto de trabajo al ligar al mismo las retribuciones. De hecho, el artículo 23.3.c) establece que el complemento de productividad está “destinado a retribuir el especial rendimiento, la actividad extraordinaria y el interés o iniciativa con que el funcionario desempeñe su trabajo”; lo cual supone que dicho desempeño debe ser valorado de alguna manera. 

Por otro lado, la Resolución de 27 de julio de 1998, de la Secretaría de Estado para la Administración Pública, por la que se publica el Acuerdo del Consejo de Ministros, de 17 de julio de 1998 por el que se
promueve la implantación de sistemas de evaluación del rendimiento de unidades administrativas en la
Administración General del Estado, la define así:

 A los efectos de este Acuerdo, se entiende por evaluación del rendimiento un sistema interno y flexible de autoevaluación de cada centro directivo, mediante la medición periódica y objetiva de la relación entre los recursos personales y materiales de la organización y los resultados relacionados con las actividades desarrolladas, así como del análisis de los indicadores y series de gestión que los cuantifiquen, obtenidos
a través de adecuados sistemas de información para la dirección.

Por tanto, ya se preveían estos sistemas aunque el EBEP ahora le ha dado carta de naturaleza finalmente de manera unificada  en forma de Estatuto básico para los distintos niveles de Administración en España.

La cuestión está en saber si los jefes serán buenos evaluadores, si querrán y podrán desempeñar esta nueva función. El problema no es baladí, pues la ED es un proceso de por sí complicado, no siempre objetivo cuando de desempeño stricto sensu hablamos, en el que hay mucho de valoración personal, con lo que ello conlleva. Parece una herramienta más propia de la Psicología del trabajo, de los profesionales de los recursos humanos, que de cualquiera que tenga responsabilidades de mando. 

Qué es la evaluación del desempeño
Qué es la evaluación del desempeño

Los jefes no están preparados para evaluar

En nuestras Administraciones no se enseña a ser jefe, a dirigir equipos, simplemente se aprueban unas oposiciones o se promociona, pero no hay una formación específica que incluya, entre otras habilidades directivas, la evaluación de los subordinados. Sabemos hacer nuestro trabajo diario pero en él no está incluida la ED ni otras competencias de dirección, como digo. 

Por si fuera poco, las últimas reformas en materia de función pública aumentando jornadas, restringiendo salarios y otros derechos sociales, no ayudan a crear un clima propicio para desempeñar otra función más, alejada –en principio- de las habituales del puesto. Ese sería un primer problema a la hora de que los jefes quieran evaluar: exceso de trabajo y poca formación.

Pero a ello se añade otro elemento más importante: las relaciones personales existentes entre jefes y subordinados, así como la personalidad de los propios evaluadores y los efectos distorsionadores de la evaluación que ambos elementos unidos pueden producir (efecto halo, efecto acontecimientos recientes, tendencia a la medición central…). 

Por tanto, se haría necesario en primer lugar informar adecuadamente a los jefes de la importancia, las ventajas y la necesidad de realizar evaluaciones lo más precisas posibles, motivándoles a ello, y formándoles seguidamente y de la mejor forma que sea posible en los pormenores de esta novedosa (para ellos) herramienta.

Indudablemente, si para un profesional de la evaluación o, en general, de los recursos humanos, no es fácil conocer a la perfección los entresijos de la ED y ha necesitado una extensa formación y experiencia, para alguien profano resultará más complicado aún. No obstante, habrá que empezar poco a poco, y sobre todo apoyándoles a través de esos profesionales (internos o externos) para que se vaya perdiendo el miedo a realizar las entrevistas y demás tareas de la evaluación. 

Como digo, al menos hasta que el sistema se haya implantado de manera permanente en cada organización, los jefes tendrán sus reticencias (al igual que los subordinados) a realizar las evaluaciones, como es normal, pero deberán ser conscientes de que más tarde o más temprano el sistema se terminará por implantar en casi todas las Administraciones (siempre se quedará alguna fuera) y deberán asumir ese nuevo rol. De ahí también la importancia de las pruebas piloto a la hora de implantar el sistema, y que permiten un mejor conocimiento no sólo del mismo sino sobre todo de las peculiaridades de la propia organización.

Porque, no olvidemos, cada una de ellas es distinta a las demás.